Murió. Y yo qué hago: escribo a la una de mañana porque me visitó en sueños otra vez. Sólo lo vi en esta oportunidad. La anterior había sido más rara y contundente: yo manejaba un auto y en el asiento de acompañante iba un lobo blanco; tenía que llegar hasta un lugar donde se encontraba Tomás Eloy y unos poetas, sacrificar al lobo frete a ellos y ofrecérselo como tributo. Quería entrevistarlo. Aplacé el intento. Falleció el domingo pasado y yo me enteré a la noche por el mail de un amigo. Justo esa tarde habíamos charlado acerca de un escrito de él, una nota sobre Clarice Lispector, mientras caminábamos hacia Parque Rivadavia. Me había resultado raro que justo encontré esa editorial en el momento que comenzaba a saber de Lispector para una materia de la Facultad. Tengo guardadas las editoriales de Tomás Eloy, las que coincidían cuando compraba el diario impreso. Siempre se puede volver a ellas. Son abundantes tanto en calidad de escritura como en cantidad de información. Su novela
El vuelo de la reina (premio Alfaguara de Novela 2002) me llegó por casualidad. Alguien había enviado en su momento varios ejemplares gratis a la Facultad para la que trabajaba; como nadie las agarró quedaron archivadas. Con ella concentré ciertas ideas que tenía respecto al periodismo. Es una apología a la clásica película
El ciudadano Kane, del mítico Orson Welles (inclusive dentro de la trama hay encuentro ficticio entre el protagonista y Welles). Describe la historia del director de un diario porteño, muy influyente, y de cómo abusa de eso (es, también, la historia de un hombre que quiere poseer la vida de una mujer). Reafirma y hace entender la responsabilidad que poseen los dueños de los medios de comunicación. O sea: es un reflejo para notar cómo un Daniel Hadad o una Ernestina Herrera de Noble, por ejemplo, son tan responsables de lo que sucede en el país como un Kirchner o una Elisa Carrió. Su última novela se llama
Purgatorio. Nombre alusivo porque seguramente ya sabía de su cáncer. Fue su manera de purgar el exilio que vivió tantos años al escapar de la dictadura argentina. Fue su manera de purgar la mayor parte de su vida, lo más significativo. Aún no leí las novelas que lo hicieron reconocido mundialmente:
Santa Evita y
La novela de Perón (traducidas a treinta y seis lenguas). Mezcla allí, más que siempre, la ficción con la realidad para entenderla de una mejor manera.