Sustituir la identidad
Vi la peli Identidad sustituta el otro día. Si bien es una más de Hollywood, me ayudó a pensar, otra vez, en el fenómeno social Facebook. Por qué en la peli las personas ya no salen a la calle, mandan en vez a un robot al que transmiten sus sensaciones por una máquina desde la que están acostados en sus casas. Todo el tiempo. Pero de esta manera, a su vez, un gordo puede mandar en representación suya a una rubia con tetas. Un viejo a un chico de quince años. Una adolescente a una de cincuenta. Pueden ser otros (falsos); pero que los demás lo vean y los toquen así. Me hizo pensar, otra vez, en cuántos deben ser las verdaderas (o al menos similares) personas que se muestran en la Red. Cuántos deben mostrar sólo su cara bonita allí, o la que se les haya ocurrido. O los que aprovechan para insultar tras el velo de un nombre falso. Encima escuché dos publicidades por radio. Una no sé de qué era, pero empezaba con un señor que le decía a una mujer: "Vamos a tutearnos, ya podés comentar mis fotos o seguirme por Twitter"; y la de una revista que promocionaba su nuevo número con una nota sobre cómo hablar con tu pareja ("Ya sabés chatear con él, ahora aprendé a dialogar con él en persona"). El primer consejo tal vez sea dejar de mirar la pantalla durante un rato.
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