Me quedó grabada. Me marcó. Esa película (La noche de los lápices, 1986) no es sencilla de ver. Desagradable pero necesaria. La primera vez la vi gracias a que una profesora del secundario la puso en su clase. Evito las partes que consideró más violentas. En la segunda oportunidad, con otro profesor del colegio, no hubo censura. Apareció ante mí la violación y la tortura. Los gritos, no me olvido más los gritos. Y también digo Nunca más. No delante de mí. No detrás de mí. No pueden violar ni torturar un alma. Nunca lo lograrán. Los que sabían y no hicieron nada también deberían arrepentirse. Hacer algo por lo menos, aunque su deuda igual quedará pendiente. Prefiero que me maten a callar. Prefiero morir a escuchar los gritos de una adolescente, a punto de parir en la celda de a lado. Prefiero morir.
[Apareció el nieto 101].
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