La buena relación de Colombia con Venezuela
es fundamental. El cruce verbal entre mandatarios hacia el fin de mayo, con la
visible exasperación del presidente venezolano, pudo ser evitado de manera
sencilla: la reunión del presidente Juan Manuel Santos con el líder de la
oposición venezolana tendría que haber sido aclarada, lo más posible, de manera
anticipada. El suceso, como otros, puede quedar en lo anecdótico o no. Clave
para la paz interna, los países limítrofes, y Sudamérica.
No sea
que antes de que termine la guerra de nunca acabar se nos acabe de acabar el
país.
Gabriel García Márquez, “¿Qué es lo que pasa
en Colombia?”, 1989[1].
A decir de las palabras de Juan Tokatlian y Rodrigo
Pardo: Los principales incidentes entre
Bogotá y Caracas tuvieron que ver con la falta de mecanismos de cooperación en
el campo de la seguridad[2].
Hay que tener en cuenta estos antecedentes. Los esfuerzos no serán en vano con
tal de conservar el principal capital político internacional de Sudamérica: su
presentación como una zona de paz. Se debería entonces profundizar la
institucionalidad –y multiplicar los mecanismos si hay oportunidad- en la
cooperación de seguridad y defensa[3].
Hugo Chávez desde Venezuela en la última
década, en la previa a las reuniones en el marco de la Unasur, vio a Colombia
como un actor que podría intentar desestabilizar la situación interna de su
país en complicidad con los estadounidenses. Crucial sería para Colombia
terminar de desvanecer –o iniciar el camino para hacerlo- esas dudas e ideas
conspirativas al respecto. Es en ese sentido que también un final esperado de
paz con las FARC asimismo influiría de manera positiva –además del aumento en
la legitimidad del país en cuestiones de derechos humanos. Similares intrigas a
las mencionadas desde la administración venezolana, hacia su vecino andino, se
alimentaron con correspondencia a la vinculación del chavismo y la guerrilla
más antigua del continente. Es clave dejar en claro la mutua no intervención en
asuntos internos.
Es necesario asimismo seguir con el
fortalecimiento conjunto de un nuevo camino frente a las drogas ilícitas. Las
alternativas están presentes y son claros los números negativos del pasado. Las
condiciones están dadas para el espacio de innovación y, con estudios serios,
nuevos ensayos. Es así que se debería seguir en esfuerzos similares a los que
impulsaron el informe “El problema de las Drogas en las Américas” de la OEA[4]. Bogotá
debería insistir en ese sendero, presidir -si en tal caso- otra cumbre como la
que impulsó ese trabajo.
Se sabe en la actualidad que el inconveniente
puede ser abordado de diferentes maneras, por ejemplo a la inversa, en el
sentido de pensarlo globalmente y actuar de manera local[5]. No se
trata sólo en repetir la mención del consabido fracaso de la guerra contra las drogas, sino también
consiste en dar más brío a un debate posprohibicionista[6].
Habrá que mantener la atención sobre el
elemento diferenciador de Colombia con la subregión sudamericana: el
acercamiento con Estados Unidos no es predominante entre los países vecinos, más
bien lo contrario. Debería evitarse la repetición del juego exterior durante la
presidencia de Álvaro Uribe[7] en el
que se logró un acercamiento con Washington al mismo tiempo que se disipaba la
buena relación con los vecinos limítrofes. El país no puede mudar sus
fronteras. Es importante tener esa característica en los cálculos aunque sea
evidente. Bogotá deberá seguir con la superación de los límites impuestos por
la estrecha relación con Estados Unidos; seguir, en esa dirección, con la
distensión que se encontró desde la presidencia de Barack Obama.
La Política de Seguridad Democrática llevada
adelante por la administración de Uribe generó grandes costos en las relaciones
internacionales del país. Si bien se podría reconocer el fortalecimiento del Estado
en lugares que estaba ausente, el nivel de violencia para lograrlo no pasó
inadvertido por la comunidad mundial. Debe continuarse su replanteamiento. En
el mundo la tendencia es en favor del concepto de la Seguridad Humana[8] en
detrimento de la Seguridad Estatal. En ese sendero deberían derivarse gran
parte de los recursos para lograr estabilidad económica, por ejemplo, de la
mayor parte de la población, y así incidir en la incipiente armonía. El énfasis
por lo tanto se colocaría más en el cómo
conseguir seguridad.
Colombia debe lograr la paz interna. Además
del avance de las conversaciones que se llevan a cabo en Cuba, es fundamental
el papel de terceros (aquí también está presente la necesidad de mejores
relaciones con Venezuela), pues, en palabras de Barbara Walter, unlike interstate wars, civil wars rarely
end in negotiated settlements[9].
Sin obviar las limitaciones y logros que conllevaría de inmediato[10]; por
ejemplo, el impacto que significaría sobre el acorralamiento al narcotráfico[11]. Como
también se indica en el trabajo de Walter, el alargamiento del conflicto
interno –ya demasiado extenso- sólo complicaría la solución[12].
La deuda de una política exterior de Estado
sigue pendiente. No se podrá conseguir sin consenso político. Acuerdos en los
puntos claves que no sean afectados por los juegos de políticas internas.
Colombia, al igual que otros países sudamericanos, carece aún de ese pilar
fundamental para proyectarse sin sobresaltos a nivel mundial. Eso no significa
que carezca de voluntad y posibilidades.
Son prioridades, entonces, pero no sólo para
Colombia; también para subregión sudamericana y cada uno de los países que la
componen. Para el avance de la Unasur.
[1]
Publicado el 5 de noviembre en el diario El País de España, Madrid.
[2]
Tokatlian, Juan Gabriel; Pardo, Rodrigo, “Segundo centenario y política
exterior: Una reflexión en torno a Colombia”, Colombia 1910-2010, Taurus, 2010, p. 263.
[3]
Battaglino, M. Jorge, “¿Réquiem para la guerra en la Región Andina? Límites al
conflicto en las relaciones entre Colombia y Venezuela”, Revista SAAP, agosto 2009, p. 579.
[4]
Presentado el 17 de mayo de 2013.
[5] Thoumi,
E. Francisco, “Debates recientes de la Organización de las Naciones Unidas
acerca del régimen internacional de drogas: fundamentos, limitaciones e
(im)posibles cambios”, Drogas y
Prohibición, Libros del Zorzal, 2010, p.52.
[6]
Tokatlian, Juan Gabriel; Briscoe, Iván; “Conclusión: drogas ilícitas y nuevo
paradigma: hacia un debate posprohibicionista”, Drogas y Prohibición, Libros del Zorzal, 2010, p. 407.
[7]
Tickner, B. Arlene; Pardo, Rodrigo, “En busca de aliados para la ‘seguridad
democrática’:La política exterior del primer año de Uribe”, Colombia Internacional, Universidad de
los Andes, 2003.
[9] Walter, F. Barbara, “The Critical Barrier to Civil
War Settlement”, International Organization, 1997, p. 335. También de la
autora: “Committing to Peace: The Successful Settlement of Civil Wars”,
Princeton, 2001.
[10] Al
respecto el trabajo “Las limitaciones de la paz”, de Juan Carlos Garzón,
Revista de Estudios Sociales, Universidad de los Andes, junio de 2003.
[11] Al
respecto el trabajo “Colombia: ¿una guerra de perdedores?”, de Eduardo Pizarro
Leongómez, Revista de Estudios Sociales, Universidad de los Andes, octubre de
2003. También presenta allí
la importancia del “tercer actor”.
[12] The duration and magnitude of a war did seem to affect the onset of
negotiations, and military stalemate did seem to influence when these
negotiations would then succeed; idem, p. 360.
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