Te digo que quiero tocar el contrabajo. Mover las cuerdas así con el sonido. Pero tengo miedo que mis manos no tengan la suficiente fuerza.
Debe ser lindo subirse al escenario y dejar a la persona que uno quiere maravillada. Y que aplaudan y me vengan a abrazar. Pero en realidad a mí qué me importa si a los otros le gusta. Quiero sentirlo adentro, con su fuerza y vida, sus movimientos. No importa la opinión de los demás.
Y están también los críticos y sus percepciones. Debería prohibirse la crítica. Que no exista. Sobre todo cuando es mala o tiene ideas políticas y etcétera. Cuando alguien hizo algo desagradable debería quedar el espacio en blanco. O hablar de otra cosa. Para qué tratar de destruir. No hay que etiquetar de esa manera, sino poner en el título: impresión sobre una obra, observaciones, lo que a mí me parece, lo que quiero decir acerca de, delirio, pienso que, mi aporte. Más bien son como reflejos que se tienen. Así como cuando alguien te tira una piña y tenés que agacharte, vos sabés de eso, o lo bloqueas y le mandás una. ¿Te acordás cuando me enseñaste a pegar de chico? Me dejabas llorando y me decías que así sabría qué hacer en el colegio. Por eso, volviendo al tema, te digo que la palabra más acertada sería reflejo. Como ese que a veces el río nos devuelve del sol. O los charcos formados por la lluvia. Claro que no es la esencia pura. Pero sirve para mirar. Y algo de lindo tiene. No como cuando te da en el ojo y no podés ver.
Lo que no sé es por qué ahora empezó a gustarme el contrabajo. Tanto que dije que quería tocar el piano y vos también, y me decías que te quería copiar. Capaz porque me pasaron unos temas de Spalding que me hacen delirar. Y con ese nombre que tanto ayuda.